14 de noviembre de 2009

Ajanta y Ellora

Merece la pena pasar medio día empapados bajo la lluvia viendo las cuevas de Ellora y el paisaje que las rodea y, sobre todo, contemplar el templo tallado en la roca sin parar de pensar "¿Cómo es posible que picando y picando hicieran este templo con sus miles de pequeños detalles?"


Y a menos de cien kilómetros, Ajanta, otro complejo de cuevas incrustadas en la roca entre una gran cascada, el río y la montaña.


Mientras que las cuevas de Ellora se reparten entre budistas, hindúes y jainistas, las de Ajanta son en su totalidad budistas, como se puede adivinar por las decenas de pinturas y esculturas del interior en las que el protagonista inconfundible es Buda.


Hay que subir y bajar cientos de escaleras para ver las cuevas de Ajanta desde la montaña que está al otro lado del río pero no supone un gran esfuerzo recorrer las cuevas andando. Si la forma física de algún turista no le permite subir veinte escalones seguidos o le parece muy divertido que cuatro indios esmirriados le suban a hombros, puede contratar los servicios de los porteadores. Eso sí, esperemos que luego no vuelvan a su país diciendo que tienen que ir al gimnasio porque han engordado unos kilos por la comida india...


9 de noviembre de 2009

Sunday market

"¿Y qué venden ahí?", "De todo". Totalmente cierto.

Sunday market es la versión india del rastro madrileño en Ahmedabad. Los domingos las calles de la ciudad vieja albergan cientos de puestos, más que de costumbre, que venden todo tipo de artilugios a los que se acercan por allí. Aunque no se compre nada, siempre es curioso pasear por este mercado que recorre varias calles para acabar en un slum cercano al río Sabarmati.


Se pueden encontrar todo tipo de cosas para comprar. Multitud de puestos de ropa, ahora repletos de polares de invierno que provocan sarpullido sólo de verlos (el invierno ha llegado a India, aunque no lo parezca), muebles, herramientas, utensilios de cocina, espejos, etc. se mezclan con carros de fruta o quioscos de limonada.


Pero, sin duda, los mejores son los puestos variados, donde te puedes encontrar desde un cepillo de dientes a unos patines de hace veinte años, unos bolígrafos usados que seguramente ya no escriban, juguetes que parecen recién sacados del trastero de los abuelos o cualquier trasto que alguien se encontró un día en la calle y ha decidido ponerlo a la venta por si le interesa a algún comprador o coleccionista de cachivaches. Si lo que el comprador quiere es un animal, en la zona más cercana al río puede adquirir cabras, conejos o gallinas.

Este mercado tiene de todo. Y cuando crees que has visto los artilugios más raros que podías encontrar te das cuenta de que nunca pararás de sorprenderte...


Pollitos rosas, los más modernos del lugar.

7 de noviembre de 2009

Turistas en India

Tras un mes en India en mi cabeza revolotea de vez en cuando una pregunta: ¿Por qué razón los europeos se comportan de forma extraña cuando llegan a este país? Puede que por el recalentamiento del cerebro bajo el sol asfixiante, puede que por un exceso de picante en las comidas o simplemente por estar en un lugar donde nadie les conoce. El caso es que a todos parece que les haya mordido algún tipo de mosquito cuya picadura provoca serios cambios en la conducta.

El primer síntoma es un repentino cambio en la forma de vestir. Parece que en el momento en que pisan el país sus vaqueros y camisetas les producen algún tipo de alergia y tienen que comprar pantalones anchos y camisas de lino para poder sobrevivir. Por la forma en la que lucen estas nuevas prendas se nota que no suelen vestir habitualmente con ellas. Si es una estrategia para parecer menos occidentales, no consiguen el objetivo, de hecho, parecen más turistas si cabe. Un consejo: los pañuelos al cuello quedan monísimos pero no son necesarios con 35o C a la sombra, a menos que se quiera lucir un bonito sarpullido.

Los turistas de quince días no suelen mostrar muchos más cambios, pero lo peor viene cuando pasan aquí varios meses. En primer lugar, tenemos a los que vienen a India en busca de experiencias espirituales que no encuentran en sus países de origen. Se les reconoce porque sus temas de conversación con otros de su misma especie se centran en cursos de meditación y cosas por el estilo. Estos cursos, donde sólo asisten extranjeros, son una de las fuentes de ingresos por excelencia del turismo indio.

Algunos ejemplares de esta especie deciden quedarse más tiempo en el país y sueñan con vivir aquí eternamente. Planean formas de alargar su estancia para llevar una vida “tranquila y de meditación”, según sus propias palabras. Lo que en España sería, básicamente, la vida del gorrino pachón: comer, dormir y estar todo el día tocándose la barriga. Y meditar, claro.

También podemos encontrar a la especie quiero-ser-más-indio-que-los-indios. Este ejemplar lleva al extremo todos los estereotipos de turistas en India. Se les reconoce porque van ataviados con un pañuelo naranja a modo de falda y pasean con las manos juntas a la altura del pecho “dando la paz” a todo el que le saluda. Un consejo para ellos: aprovechad, vosotros que tenéis zapatos, y no andéis descalzos recogiendo toda la basura de la calle, por favor.

De vez en cuando puedes toparte con algún europeo que, a primera vista, parece que no está bajo los efectos de esta borrachera espiritual. Pero te das cuenta de que no es así cuando estás en medio de una conversación y se te ocurre aplastar con el dedo a una hormiga que te está mordiendo en el tobillo. En ese momento se delata: “¿pero qué haces? ¿qué pasa con tu karma?”. ¿Que qué pasa con mi karma? ¡Que si no la mato me devora hasta el karma!

A grandes rasgos, así se comportan muchos de los turistas europeos al llegar a India, por lo que una conversación con un indio siempre es mucho más normal y cercana a las que sueles tener con tus amigos en España. Eso sí, siempre se agradece un encuentro con ese turista español al cual le gusta viajar pero no ha estado nunca en un país tan diferente al suyo como este. Frases como “llegamos a Mumbai pero nos fuimos rápido porque estaba lleno de chabolas” o “¿este tío que hace? ¿No ve que no he pitado? ¿Por qué me tiene que tocar las pelotas?” cuando le están registrando en el aeropuerto, siempre consiguen sacarme una sonrisa.

5 de noviembre de 2009

Mandu en bicicleta

Un atasco impresionante en Ahmedabad y un rikso que intentaba meterse por cada hueco que encontraba entre tanto tráfico. Así comenzó el viaje a Mandu. No llegaba al tren, así que el riksero paró a un señor que iba en moto y le dijo “lleva a esta chica a la estación, que va a perder el tren”. Me bajé del rikso, me monté en la moto (que lo tenía más fácil para esquivar el tráfico) y llegué a la estación de Kalupur pero el tren se había ido. Cogí otro rikso a la estación de autobuses y compré un billete para esa noche. El autobús tenía una parada en un pueblo cercano a Mandu, desde donde tenía que coger otro autobús, pero uno de los cuatro conductores (sí, van cuatro conductores, por si se cansan), el que me tenía que avisar para bajarme, se había quedado dormido. Me quedé en otro pueblo, no sé ni cómo se llamaba, y desde allí esperé a que pasara el autobús de la mañana que recorre todas las pequeñas aldeas cercanas a Mandu. Un autobús pequeño, que empezó medio vacío pero que se fue llenando poco a poco. En el estrecho asiento donde yo pensaba que una persona cabía difícilmente, comprobé que cabían hasta tres. El autobús iba parando en cada aldea, en el camino o donde fuera. Paraba allí donde había alguien que quisiera subir o bajar. Subían niños con sus mochilas para ir al colegio, mujeres que iban al mercado de un pueblo cercano, gente con bolsas, sacos y todo tipo utensilios, bajaban, subían, se sentaban, muchos se quedaban de pie, muchos con las cabezas asomadas por la puerta, demasiada gente en un autobús tan pequeño. Pero al final cada cual llegaba a su destino. Yo llegué al mío tras cuatro horas de viaje.

Y al llegar a Mandu, lo de siempre… comienza el “acoso” a la nueva turista en el pueblo: “¿tienes donde dormir?”, “¿necesitas un guía?”, “ahí está mi tienda”, “¿un tour por las ruinas?”. A Mandu no llegan muchos turistas extranjeros, pero es un lugar turístico para los indios, así que están preparados. Conseguí librarme de todo eso y llegar a la casa de una familia que tiene cuatro habitaciones para dormir. Es una casa sin ningún tipo de cartel que anuncie que tienen habitaciones, así que sólo llegas allí si te lo ha recomendado algún amigo. Una buena opción para quedarse unos días. Una habitación acogedora a las afueras del pueblo y con una comida deliciosa si decides cenar allí, con la familia. La mujer cocina la mejor comida que he comido en India y el marido es un personaje auténtico, todo el día riéndose, cuidando sus plantas de marihuana y diciendo “in India everything is possible. Not very much money, but very much happy”.

Sólo faltaba una cosa: una bicicleta. La mejor forma para recorrer los alrededores de Mandu si te quedas unos días. Y a partir de aquí, a disfrutar.

Pero Mandu no es sólo el pequeño pueblo. Está situado en una zona elevada, rodeado por 24 kilómetros de una antigua fortaleza, dentro de la cual hay numerosos caminos con asentamientos tribales a los lados por los que perderse para encontrar antiguos templos, palacios o unas buenas vistas.

Y para acabar el día, una bonita puesta de sol con vistas a un paisaje que parece sacado de “El libro de la selva”.

Por cierto, una curiosidad, no se rompieron mucho la cabeza los que pusieron nombre a los personajes de esta historia… Baloo significa oso en hindi y Bagueera significa pantera. Es una de las cosas que descubrí hablando con unos amigos de Mandu. Porque una cosa está clara: aunque viajes solo, en India nunca te vas a aburrir. Llegué sola a Mandu pero el día que me iba estuve toda la mañana tomando chais con la gente que había conocido allí. Es lo bueno de estar unos días en el mismo sitio, sin prisas por ver quinientas cosas en un solo día, que conoces gente que te enseña sitios que no salen en las guías y con los que pasas buenos ratos comiendo algo, tomándote un chai tras otro o simplemente hablando cerca del mercado. De hecho, una de esas personas era un guía de Mandu, con el que tuve varias conversaciones entre visita y visita que tenía que hacer en autobús con otros turistas que iban a pasar un agitado día en este pueblo.

El autobús que me llevaba a coger el tren de vuelta pinchó en el camino, pero esta vez no perdí el tren de vuelta a casa.