10 de marzo de 2010

De vuelta a casa...

Adiós al sureste asiático, adiós...
a las paradisiacas islas de Tailandia,
a la gente encantadora de la poco turística Camboya,
a las ciudades donde todavía se respira cierto aire francés en Laos,
a los increíbles templos de Angkor,
a las aldeas flotantes,
a los viajes en barco por el Mekong,
al famoso thai boxing,
a los monjes entrando en un 7Eleven en Bangkok,
a las baguettes y la leche condensada en el café (la leche fresca no se lleva mucho...),
a los noodles para desayunar, comer y cenar,
y, por supuesto, al adorado rey de Tailandia, al que no he perdido de vista hasta el último momento, ya que su gigante cara cubre hasta las cristaleras del aeropuerto de Bangkok (acompañada, como no, por un "Long live the king").

Y hola de nuevo a India, hola...
a los pitidos de los coches,
al caos,
a las calles sucias,
al tráfico loco,
al olor a incienso que sale de los templos,
a la mezcla de especias,
a la vida en la calle,
a los saris de colores,
a la gente durmiendo o bañándose en la calle,
al chai a todas horas,
a las sonrisas indias,
a la fascinación por las estrellas de Bollywood,
al cricket,
a los increíbles paisajes,
a los largos viajes en tren,
a los autobuses con cama,
a las vacas, los monos, los búfalos y los camellos,
a los pendientes en la nariz y los puntos rojos en la frente,
a los puestos de comida rebozada,
a los sastres que cosen en la calle,
a la gente que va de un lado a otro con grandes cestos o paquetes sobre su cabeza,
a la espontaneidad y naturalidad de los indios,
y a la mezcla de olores, sabores, colores y sonidos que hacen tan único a este país...


Otra vez aquí...

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