23 de enero de 2010

Una guerra de colores

El 14 de enero, como todos los años, niños y mayores se despertaron con un solo objetivo en la cabeza: subir a la azotea de sus casas y echar a volar sus cometas. Además, salió el día perfecto, soleado pero con viento. Durante todo el día millones de cometas sobrevolaron la ciudad. Parecía el final feliz de una película, justo cuando comienzan a salir los créditos: todo el mundo en los tejados, música y montones de cometas de colores...

Las semanas anteriores todo en la calle recordaba que ya quedaba poco para el gran día. Los mercadillos de cometas inundaron la ciudad, la gente las llevaba debajo del brazo en sus motos o bicicletas, las calles estaban llenas de puestos donde se pintaban de colores los hilos que luego se atarían a los rombos de papel... ¡parecía que media ciudad trabajaba de repente en el negocio de las cometas! Y los que no trabajaban en ello aprovechaban para comprar montones de ellas y llevarlas a sus casas.

Y llegó el día y comenzó la guerra. Los más expertos se pasaron el día entero cortando con sus cometas los hilos de las de sus vecinos. A cada segundo se escuchaban gritos de guerra que anunciaban que desde esa azotea habían dejado sin cometa a alguien de la azotea de al lado... Otros se las ingeniaban para tener la cometa más bonita o para fabricar con papeles de periódico la cola más larga...


Y así hasta que se hizo de noche, cuando las cometas dejaron de verse y comenzaron a salir de los tejados montones de globos iluminados con velas que llenaron el cielo con decenas de lucecitas que se movían en la dirección del viento...

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