3 de octubre de 2009

Un fin de semana cualquiera

Cuando ya llevábamos una semana en territorio ocupado nos habíamos acostumbrado a que cada vez que cruzábamos un check point dos militares se subieran al autobús, con sus metralletas casi rozándonos, para pedirnos los pasaportes. Ya conocíamos mejor Anata, las casas iban tomando forma y habíamos conocido algunas ciudades como Jerusalem o Ramallah. Llegó el sábado y nos fuimos a pasar dos días a Hebrón y aldeas cercanas.
El sábado por la mañana temprano un autobús nos llevaba hacia una aldea cercana a Susia. En el check point más cercano nos hicieron parar, pero esta vez nos tuvimos que bajar del autobús y esperar un buen rato hasta que nos dejaron pasar.
Desde ese punto, un coche de policía nos siguió durante todo el camino hasta la aldea. Las familias que viven allí en jaimas y casas hechas con todo tipo de materiales no son beduinos, sino personas que fueron expulsadas de su pueblo y construyeron sus nuevas casas cercanas a sus campos de olivos para poder sobrevivir. Viven en condiciones pésimas, que se hacen aun más difíciles cada vez que un colono del asentamiento que han construido a un kilómetro escaso, decide acercarse, algo que ocurre casi a diario. En la zona hay más aldeas como esta y todas están siendo rodeadas por asentamientos que hacen todo lo posible para que la vida de las personas que viven allí sea cada día peor. Les cortan el agua, las carreteras, talan sus olivos y matan a sus ovejas para acabar con todos los recursos que tienen. Además, tienen que soportar todo tipo de agresiones continuamente: palizas a los pastores, quema de jaimas, robos e, incluso, muertes. Y no pueden hacer nada por miedo a las represalias.
Todo esto nos lo contaron los habitantes de la aldea y, sobre todo, ex militares israelíes que habían prestado sus servicios en esa zona y quieren denunciar todas las violaciones de derechos humanos que se cometen contra los palestinos. Estos ex militares constituyen la organización Breaking the silence, que nos acompañó durante un recorrido por la zona contándonos todo tipo de cosas que habían hecho cuando prestaban sus servicios al ejército. Se saltaban las lágrimas. Normalmente son chicos jóvenes que están motivados para cometer todo tipo de violaciones y se lo toman, según nos dijo uno de ellos, como si fuera un videojuego.
Por la tarde fuimos a Omel Kher, otra aldea parecida a la de esa mañana, pero esta no tenía el asentamiento a un kilómetro, ni separado por una carretera o un campo, sino que estaban separados por una valla que rodeaba el asentamiento y en el cual había cámaras y militares vigilando, como si los palestinos que están al otro lado fueran unos delincuentes. No son ellos los que están robando la tierra…
Es increíble ver cómo una valla separa realidades tan distintas. A un lado, adosados, y al otro, jaimas y chabolas.
En un principio íbamos a esta aldea a construir unas letrinas que les hacen mucha falta. Días antes, el ejército le comunicó al ICAHD que si las hacíamos las tirarían al día siguiente porque, obviamente, era ilegal, como todo. Pero no solo eso, tirarían todo lo ilegal, que para ellos es todo el poblado. Así que les ayudamos en otras tareas.
Por la noche volvimos a la aldea en la que estuvimos por la mañana. Vinieron miembros de una asociación llamada B´Tselem y nos dejaron descompuestos tras enseñarnos los videos que tenían. B´Tselem es una organización israelí que tiene un proyecto llamado Camera Project, a través del cual reparten cámaras a los palestinos para que graven los abusos que sufren por parte del ejército y los colonos. Empezaron en 2007 en Hebrón y ya han repartido 80 cámaras. Los videos son horribles, y más cuando los ves sentado en el lugar que han ocurrido las palizas o con gente que sufre esto día tras día.
Dormimos en la aldea, en una de las jaimas medio quemadas por los colonos. Y a la mañana siguiente vivimos lo que nos habían contado el día anterior. Mientras desayunábamos, un grupo de palestinos empezó a correr hacia los olivos. ¿Qué pasa? Cinco personas se acercaban: un colono protegido por cuatro militares. Se dieron cuenta de que los palestinos no estaban solos y se volvieron, después de un buen rato, a su asentamiento. O eso parecía porque más tarde, mientras trabajábamos con nuestro nuevo colega Jamal, volvió un colono con dos militares para intimidarnos al grupo que estábamos más cercanos al asentamiento. Después nos dimos cuenta que unos metros más a la derecha había otros dos militares mirándonos. Pero seguimos.
Después fuimos a Hebrón, la ciudad más grande del West Bank. 240.000 palestinos, 1.000 colonos aproximadamente y el mismo numero de militares para protegerles. En Hebrón están los colonos más fundamentalistas del West Bank. La ciudad está dividida en H1 y H2 (zona palestina y zona israelí), pero en el centro de la zona palestina hay un asentamiento. Aquí palestinos y colonos tienen contacto diario. Tras la Segunda Intifada se cerraron unas 1.300 tiendas, algunas calles, casas, etc. de la ciudad vieja y muchos palestinos tuvieron que abandonarla, pero los que siguen allí tienen que soportar agresiones diarias por parte de los colonos.
Es alucinante cómo, de repente, cuando vas andando por una calle del mercado de la ciudad vieja, te encuentras con esto
Los palestinos que quieren pasar a la mezquita tienen que pasar primero por este check point y después por un control que hay en la puerta. Eso sí, los israelíes no tienen que soportar tanto control. De hecho, en 1994, un colono radical entró en la mezquita y mató a 29 personas que estaban rezando.
Entramos en la mezquita, las chicas con la cabeza tapada y los chicos con pantalones por debajo de la rodilla. Todos sin zapatos, por supuesto. Cuando estábamos dentro vimos como un palestino ponía alfombras en el suelo y no sabíamos para qué. De repente entraron en la mezquita, armando bullicio, sin cubrirse y con botas militares, una veintena de soldados. Sin ningún tipo de respeto. Y los que estaban rezando allí tienen que aguantar que se rían en su cara y, encima, ponerles alfombras para que pasen. Una humillación tras otra.
Al salir de la mezquita, vimos con nuestros propios ojos cómo tratan realmente los militares a los palestinos. Un palestino estaba haciendo una foto y un soldado empezó a gritarle como si fuera un perro y a acorralarle contra la pared, como si le fuera a pegar. A nosotros nos gritaron los demás soldados para que nos fuéramos, no querían testigos. Pero nos quedamos mirándoles, que no les gusta nada.
Después seguimos por el mercado hasta que llegamos a calles así…
Las casas que están encima del mercado han sido colonizadas por israelíes, que tiraban todo tipo de objetos a los palestinos que pasaban por debajo. Por eso tuvieron que poner estas verjas. Aun así, siguen tirando piedras, ladrillos, etc. para romperlas. La última moda: tirar bolsas llenas de excrementos o pis, que al chocar contra la verja hacen que se caiga todo encima de los que pasan por el mercado. Otra ocurrencia: estas barras de metal, que no siempre cuelan, pero sí de vez en cuando, para matar a un palestino o dejarle en silla de ruedas.
Seguimos andando y una calle cortada. Es una entrada al asentamiento. Todavía algunos palestinos, los que no tienen recursos para irse a otro sitio, viven dentro del asentamiento y tienen que pasar por ahí cada vez que quieren ir a su casa.
Increíble Hebrón. Esa tarde volvimos a Omel Kher para ayudarles con un caminito que querían hacer. Lo único que hacíamos era quitar piedras de un sitio y colocarlas en otro. Esto no es ilegal. Pues a un colono que vivía allí no le gustó la idea y, cuando llevábamos un rato trabajando, se presentó con policías y militares para pararnos.
No paramos hasta que la cosa se puso fea. Nos gritaban y el colono venía, con su metralleta colgada (claro), a hacernos fotos. Tuvimos que parar pero, para que esa tarde los soldados no se aburrieran, nos fuimos a dar una vuelta al asentamiento gritando y cantando. Los jeeps militares y del colono nos seguían a un metro nuestro durante todo el recorrido. Hasta que se cansaron: “en cinco minutos esto será zona militar cerrada. Si no salís os detendremos”. Zona militar cerrada. Utilizan esta expresión cada vez que quieren quedarse con un poco más de tierra. Se supone que es por seguridad, que nadie puede andar por ahí, pero los colonos campan a sus anchas. Básicamente es una zona cerrada para los palestinos, conseguida a través de una excusa más.
Y volvimos a Anata. Un fin de semana intenso para nosotros -vemos a los colonos en acción, Hebrón y el mercado, la humillación que sufren, cómo viven unos y otros, la impunidad con la que actúan militares y colonos…- pero de lo más normal para los palestinos. Indignante. Y para rematar el fin de semana, no nos dejaron pasar por el check point de Jerusalem para ir a Anata. No les apetecía. Así que nos tuvimos que recorrer decenas de kilómetros más para entrar por otro check point. Hubo más suerte y pasamos. Nos dimos cuenta del tiempo, la gasolina y la paciencia que pierden los palestinos cuando quieren, simplemente, desplazarse de un lugar a otro. Y a veces, se tienen que volver sin poder pasar porque a los militares de turno no les apetece.

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